Waterman y la capilaridad de la pluma estilográfica

Vayamos al siglo XIX, concretamente al año 1883. Estamos en Nueva York, y el emprendedor Lewis Waterman, un ambicioso agente de seguros, se presenta en la oficina de un potencial cliente para firmar un suculento contrato. Y para ello lleva su flamante pluma estilográfica, de la que se siente orgulloso. Pero resulta que la pluma no arranca a escribir, y Waterman, en un intento de conseguir que la pluma haga su trabajo, no hace sino verter toda la tinta, manchando así el contrato.
Waterman sale corriendo a su oficina, para traer otro contrato en condiciones (sin mancha de tinta), pero resulta que en ese intervalo un rival se le ha adelantado y el que iba a ser su cliente firma con el otro agente.
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Guía de lectura
¿La historia de Waterman es cierta?
Esta historia, harto conocida, reproducida una y otra vez en libros sobre la historia de la pluma estilográfica, y por ende en páginas sobre estilográficas en Internet, se antoja ciertamente algo difusa. ¿Sucedió así realmente? Pues no lo sabemos. Es un relato que, por sus mimbres, podría haber sido inventado. O a lo mejor tiene algo de cierto y algo de invención. Quién lo sabe.
Lo cierto que, fuera porque perdió un contrato por culpa de una pluma que no funcionaba bien (algo habitual, por cierto, en aquella época), o porque ya tenía la idea en la cabeza, del caso es que Lewis Waterman se lanzó a la producción de plumas de escribir que fueran eficaces y no dejaran a sus propietarios en la estacada. Y a partir de ese momento comenzó a fabricar las plumas en el taller de su hermano.
Por entonces había mucho trabajo que hacer. Las plumas estilográficas estaban inspiradas en las plumas de ave, a las que venían a sustituir, pero técnicamente la estilográfica del siglo XIX era todavía un útil de escritura embrionario, con numerosos inconvenientes técnicos (y recordemos que el bolígrafo, tan pragmático, es un invento posterior, del siglo XX).
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La capilaridad en las plumas estilográficas llegó de la mano de Waterman
Waterman investigó y aplicó un sistema novedoso para sus plumas (la primera de ellas llamada Regular): el de la capilaridad. Se trataba de un sistema de carga de tinta basado en la capilaridad, que, según Wikipedia, es “una propiedad de los fluidos que depende de su tensión superficial, la cual, a su vez, depende de la cohesión del fluido, y que le confiere la capacidad de subir o bajar por un tubo capilar”. Bueno, por decirlo con palabras más sencillas: el objetivo era que, gracias a este método, la finta debería fluir armónicamente hacia la punta, es decir, hacia el plumín, de forma seguida, sin cortes y sin desbordamientos de tinta.
Ese sistema fue patentado en 1884. Tras la muerte del fundador en 1901, otro familiar, Frank D. Waterman (su sobrino), le dio un gran impulso a la empresa, logrando vender las plumas Waterman por cientos de miles. Y le añadió un clip para que pudiera sujetarse al bolsillo de la camisa o de la chaqueta.
Nos íbamos acercando, por tanto, cada vez más a la pluma estilográfica tal como la conocemos hoy. Más tarde se inventaría la carga de tinta por cartucho (que al principio no eran de plástico, como ahora, sino de cristal), otro gran paso en el mundo de las plumas. Otro avance del que hablaremos más adelante. Quédate por ahora en la historia, el cuento, la ficción (tal vez) que impulsó a Waterman a crear sus propias plumas. Fue cierta o tan solo una fábula, no cabe duda de que la pluma estilográfica está en deuda con Waterman, una marca de estilográficas que aun hoy sigue siendo una de las más prestigiosas (y, como hemos explicado, con una carga histórica a sus espaldas).
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